Es lamentable para Trujillo, Capital de la Cultura, hablar de un hecho acontecido hace poco en torno a lo que podría llamarse “intolerancia a la democracia” en la que se ha visto envuelto César Acuña Peralta, acusando a los periodistas de la ciudad de delincuentes y “pobres muertos de hambre” sólo por el hecho de informar.
La calificaciones hechas por el alcalde han sido abiertas, guerrilescas(sic), nada frontales. Artilló directamente a la dignidad de los hombres y mujeres de prensa, sin decir nombres ni apellidos, por lo que concluyo que intentó referirse a todos los periodistas de Trujillo. Bueno, digo que “intento”, pues cuando uno escribe de lo que dice o manifiesta el Alcalde César Acuña concluimos muy dentro de nosotros que sólo intentar decir algo, pues el que no tiene el privilegio de escucharlo hablar, rápidamente se da cuenta de lo difícil que es atender y entender al burgomaestre y esta dolencia parece agravarse en él ya que su débil léxico está siendo cancerado por actitudes del no hablo con “ciudadanos de segunda clase”, mandando enseguida a trabajadores ediles a amedrentar físicamente a un hombre de prensa.
Cómo llegó un hombre de pocas cualidades políticas y culturales hacerse del sillón edil, punto aparte del hecho irónico de ser dueño de un consorcio de universidades. Tanto él como sus partidarios deben aceptar que su discurso partidario no fue más que pedazos de necesidades históricas sin conexión a soluciones reales y prácticas (demagogia). Para ser francos, convertirse en Alcalde no fue consecuencia de SER sino de PARECER, parecer lo que él autodenominó “El Gran Cambio” y que finalmente no fue mejor o peor de lo mismo..
Desde el marketing político César Acuña fue en coyuntura electoral lo que se denomina un buen producto político, al que trabajaron bien, todos recordamos su campaña y la desastrosa contracampaña del APRA, el resultado final e inevitable de todo esto fue el triunfo de un político novato con ideas mesiánicas, sólo creído por él, de que inevitablemente será Presidente de la República, y por tanto desde ahora se jacta, con un desubicado orgullo superfluo, de ser lo que no es. Sólo así puedo explicar la agresión y los deshonrosos calificativos de la que hemos sido víctimas sólo por el simple hecho de informar los hechos.
Cuando Acuña habla de periodistas mal formados, trata de limitar el problema real de la que él también es víctima comprobada: la mala educación, la falta de cultura. En un momento de rabia, síntoma de falta de control y autodominio, nos dice que somos muertos de hambre porque ganamos propinas, y en otro momento nos dice “comechados” (jerga que debe entenderse como ocioso que come bien sin hacer nada), contradicciones lingüísticas de alguien que intenta hacerse de un diccionario político barato.
No intentando prolongarme más, sólo resuelvo decirle a nuestro Alcalde que como errar es humano disculparse debería ser lo ideal, y si no le naciera hacerlo, aprender entonces que la tolerancia es una excelente herramienta en la política moderna.
Es de usted tomarlo o dejarlo, aunque yo no escriba con autoridad (como nos dice) ni usted la tenga para gobernarse.
La calificaciones hechas por el alcalde han sido abiertas, guerrilescas(sic), nada frontales. Artilló directamente a la dignidad de los hombres y mujeres de prensa, sin decir nombres ni apellidos, por lo que concluyo que intentó referirse a todos los periodistas de Trujillo. Bueno, digo que “intento”, pues cuando uno escribe de lo que dice o manifiesta el Alcalde César Acuña concluimos muy dentro de nosotros que sólo intentar decir algo, pues el que no tiene el privilegio de escucharlo hablar, rápidamente se da cuenta de lo difícil que es atender y entender al burgomaestre y esta dolencia parece agravarse en él ya que su débil léxico está siendo cancerado por actitudes del no hablo con “ciudadanos de segunda clase”, mandando enseguida a trabajadores ediles a amedrentar físicamente a un hombre de prensa.
...el resultado final e inevitable de todo esto fue el triunfo de un político novato con ideas mesiánicas, sólo creído por él, de que inevitablemente será Presidente de la República, y por tanto desde ahora se jacta, con un desubicado orgullo superfluo, de ser lo que no es.
Cómo llegó un hombre de pocas cualidades políticas y culturales hacerse del sillón edil, punto aparte del hecho irónico de ser dueño de un consorcio de universidades. Tanto él como sus partidarios deben aceptar que su discurso partidario no fue más que pedazos de necesidades históricas sin conexión a soluciones reales y prácticas (demagogia). Para ser francos, convertirse en Alcalde no fue consecuencia de SER sino de PARECER, parecer lo que él autodenominó “El Gran Cambio” y que finalmente no fue mejor o peor de lo mismo..
Desde el marketing político César Acuña fue en coyuntura electoral lo que se denomina un buen producto político, al que trabajaron bien, todos recordamos su campaña y la desastrosa contracampaña del APRA, el resultado final e inevitable de todo esto fue el triunfo de un político novato con ideas mesiánicas, sólo creído por él, de que inevitablemente será Presidente de la República, y por tanto desde ahora se jacta, con un desubicado orgullo superfluo, de ser lo que no es. Sólo así puedo explicar la agresión y los deshonrosos calificativos de la que hemos sido víctimas sólo por el simple hecho de informar los hechos.
Cuando Acuña habla de periodistas mal formados, trata de limitar el problema real de la que él también es víctima comprobada: la mala educación, la falta de cultura. En un momento de rabia, síntoma de falta de control y autodominio, nos dice que somos muertos de hambre porque ganamos propinas, y en otro momento nos dice “comechados” (jerga que debe entenderse como ocioso que come bien sin hacer nada), contradicciones lingüísticas de alguien que intenta hacerse de un diccionario político barato.
No intentando prolongarme más, sólo resuelvo decirle a nuestro Alcalde que como errar es humano disculparse debería ser lo ideal, y si no le naciera hacerlo, aprender entonces que la tolerancia es una excelente herramienta en la política moderna.
Es de usted tomarlo o dejarlo, aunque yo no escriba con autoridad (como nos dice) ni usted la tenga para gobernarse.